miércoles, 26 de marzo de 2014

LAS FIEBRES INTERMITENTES Y LA QUINA

En el año 2009 tuve oportunidad de visitar una interesante exposición sobre la Malaria, en la Biblioteca Nacional, en Madrid.  En ella aprendí la importancia que durante muchos años tuvo la corteza de la quina andina, como remedio y febrífugo absoluto, aplicado a los pacientes con fiebres intermitentes producidas por la malaria.
 
Campaña contra los mosquitos en España. Principios siglo XX
 
La corteza de quina era utilizada por las culturas precolombinas como medicamento. Sus virtudes se empiezan a conocer en el primer tercio del siglo XVII, entre los colonizadores y religiosos  españoles. El uso llegó a Europa a través de la administración virreinal y de la orden de los jesuitas quienes a través del cardenal Juan de Lugo, comenzaron el proceso de difusión de este remedio.
 
La primera descripción escrita del poder curativo de la quina se debe al agustino español Antonio de la Calancha  que, en 1638, ofreció una breve noticia sobre el árbol de las calenturas y de las tercianas. También  el padre jesuita Bernabé Cobo, residente en Perú como Calancha, en 1652,  describe desde ese país la cascarilla y sus propiedades curativas milagrosas.
 
 
 
La utilización de la quina fue objeto de polémica a lo largo del siglo XVII. Su uso tropezó con barreras doctrinales, religiosas y comerciales que obstaculizaron su difusión. Su difusión como polvo de los jesuitas no fue bien recibida por la Europa protestante. También su elevado precio favoreció la proliferación de adulteraciones y falsificaciones. El polvo de corteza de la quina  llegó a cotizarse  más que el oro
 
Desde finales del siglo XVII la utilización de la quina como remedio para las fiebres intermitentes se fue generalizando; a su implantación en la Europa no católica contribuyeron los trabajos del inglés Thomas Sydenham  y a un grupo de negociantes como Robert Talbor,  que comercializaron exitosos remedios secretos febrífugos, que consistían en  preparados de corteza de quina.
 
Posteriormente los estudios del italiano Franscesco Toti, unido a la experiencia adquirida por los médicos del momento que debieron enfrentarse con epidemias de fiebre durante ese siglo, popularizaron el uso de la quina, que se hizo elemento imprescindible en las farmacias europeas.
 
A lo largo del siguiente siglo- el XVIII- las sucesivas expediciones científicas a América, llevaron a una primera caracterización de las especies del género Cinchona L., cuya corteza se comercializaba como quina. Los trabajos realizados por los franceses Charles Marie de la Condamine y Joseph de Jussieu, y los españoles Hipólito Ruiz y José Antonio Pavón, en tierras del Perú y José Celestino Mutis en tierras de Colombia, tuvieron una especial relevancia.      
 
Cinchona lancifolia

 
Durante el siglo XIX se asiste a  un doble proceso, por un lado identificar los principios activos aislados de la corteza de quina, por otro, y ante la dificultad de obtener la corteza de los territorios americanos, se realizan grandes esfuerzos para propagar y aclimatar arboles de quina en territorios coloniales de Gran Bretaña y Holanda. 
 
 
Cortezas de quina adquiridas en Bogotá
 
En este siglo se intento obtener extracto de corteza que contuviera su esencia terapéutica. En 1810 el portugués Bernardino Antonio Gomes aisló una sustancia cristalina de un extracto alcohólico de la corteza de quina, que no llego a  purificar, a la que llamó cinchonino. Ya en 1820, dos farmacéuticos  franceses Pierre Joseph Pelletier y Joseph Bienaimé Caventou, lograron aislar dos de los alcaloides de la quina: la quinina y la cinchonina.
 

A partir de aquí se desarrollaron  numerosas industrias dedicadas a la producción de sulfato de quinina, radicadas en Francia, Alemania, Reino Unido y Estados Unidos. 
 

La quina ha tenido otras utilidades. En España se consumía hace años una bebida comercializada con el nombre de Quina Santa Catalina, que era un tónico para abrir el apetito. También el Amargo de Angostura,  de origen venezolano, es un sazonador imprescindible en la elaboración de cocteles.
 

Etiqueta del tónico Santa Catalina

 
El sabor amargo de la quina la jugó una mala pasada. Se enriqueció el refranero español con esta planta, adjudicándola el papel de maligna. Así,  eres  más malo que la quina, servía para definir a una persona malvada. Mientras  que  tragar quina, definía a una persona que  tiene que soportar una situación desagradable.

1 comentario:

  1. Me gusto mucho el texto y fue muy útil, no imaginaba que tuviera el papel de maligna.

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