Cúcuta, la capital
del Norte de Santander, en algún momento llegó a tener un presente más digno y bastante
mejor que el actual. Cuando llegó a disponer de tres líneas férreas, dos de
ellas a sendas fronteras del país vecino; la Venezuela que disponía de una
economía ordenada o, cuando llegaban desde América y desde Europa productos que
demandaban los cucuteños. Eran periodos sustancialmente mejores que los
actuales.
Qué Cúcuta ha vivido
y vive en buena manera del país vecino no es novedad alguna. En los tiempos
esplendorosos de Venezuela, cuando los cambios de moneda les favorecían, en Cúcuta se hacían buenos negocios. Ahora, desde hace un par de décadas las relaciones entre ambos países son turbulentas, con altos y bajos, más estos últimos, que han
llevado al cierre actual de las fronteras de forma rodada.
Creo sinceramente que a Cúcuta le
ha dañado esa relación con el país vecino. Empezando por el importante
contrabando de combustibles - los pimpineros- que la comercializaban en numerosos puestos instalados en
calles y carreteras del casco urbano y que todavía se sigue haciendo, aunque con
más disimulo. Dar aspecto legal a una actividad criminal, fue un inmenso error porque creó una imagen deplorable de la ciudad. Todavía los pimpineros siguen a sus anchas contrabandeando combustibles. Quién quiera verlos que se desplace por la carretera que va a Puerto Santander.
Esto es el colmo de la ocupación del espacio publico: acera+calle |
Según el último
informe del DANE, la informalidad en Cúcuta es la más alta del país y alcanza
el 73,3 %. Algunas aceras y calles de la ciudad están literalmente tomadas por
los vendedores informales y los comerciantes, de tal manera que no se puede pasear, ni conducir
por ellas. Las paradas en los semáforos cierran este circulo de informalidad. Es una falta de respeto hacia el espacio público que pertenece a todos los
cucuteños. En estos puestos informales se vende de todo, son decenas de miles
de personas en la economía sumergida. Así no puede haber
desarrollo, ni políticas sociales, ni nada.
Esta imagen de ciudad, donde todo se compra y se vende, ha generado un tipo de ciudadanía individualista, insolidaria y poco culta. La falta de autoridad de quien tiene que ejercerla añade todavía más el irrespeto a los valores cívicos.
El colmo de la desvergüenza: los chiringos de comida en la propia calle |
Cuando oigo que
quieren potenciar el turismo en la ciudad, ya les auguro que tendrán poco éxito.
Un turista medianamente culto no quiere ver miseria, ni incivismo, ni
informalidad, ni basura a su alrededor. Quiere pagar precios justos por los
servicios que disfrute y que no abusen de él. Claro que esto vale también para
algunas playas de Cartagena de Indias.
También sé que la
inmigración venezolana en la ciudad ha podido deteriorar algo la situación, pero
no nos engañemos, antes de la crisis del país vecino, ya la ciudad era un caos
insufrible.
Conozco que los colombianos en general son seres dotados de una buena inteligencia para el rebusque, pero cuando esta actividad es mayoritaria en una economía, significa que el estado puede considerarse semi-fallido. Ese es el problema, la ausencia de Estado en el Norte de Santander.
Conozco que los colombianos en general son seres dotados de una buena inteligencia para el rebusque, pero cuando esta actividad es mayoritaria en una economía, significa que el estado puede considerarse semi-fallido. Ese es el problema, la ausencia de Estado en el Norte de Santander.
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