La arriería ha gozado de extraordinaria
consideración social. Era un oficio duro pero respetable, ya que fueron los agentes
que consolidaron la minería y el comercio. La minería propiciaba poder
adquisitivo a sus trabajadores y los arrieros les suministraban los artículos que
necesitaban. Este dinamismo propició la construcción de tiendas, tascas y
fondas.
El arriero disponía de su propio atuendo. Desde las alpargatas de fique, pasando por el poncho, la ruana –
especie de poncho de lana para el frio- , el delantal de cuero para proteger el pantalón, llamado
paruma, el sombrero aguadeño, el machete,
el pañuelo del cuello de color rojo llamado raboegallo
y por último el carriel.
Monumento al arriero en Envigado |
Este último es un bolso de cuero, de múltiples compartimentos,
que se lleva colgado del cuello donde se
guardan las cosas personales: máquina de afeitar, el dinero, las barajas de
cartas, los amuletos, las estampillas de la virgen… El museo del traje de
Bogotá describe en una de sus vitrinas los contenidos de un carriel tipo.
El comercio en torno a la arriería permitió la
acumulación de capitales que propiciaron el salto tecnológico siguiente, que como
veremos en la próxima entrada se orientó hacia los cables aéreos y el
ferrocarril.
Todavía hoy, viajando por las carreteras de
Colombia, se ven recuas de mulas sacando
productos del interior, a las carreteras. También en aquellas poblaciones donde
la arriería estuvo muy asentada, suelen organizar fiestas entorno a la
actividad, disponiendo pasadas de recuas
de mulas, con sus arrieros, como en los viejos tiempos.
Original sistema de llevar madera. Foto de Internet |
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